El título de esta entrada no es mío, lo he tomado prestado del libro del gran Abraham García, un crack de los fogones y capitán del restaurante Viridiana de Madrid. Con este título tan certero recoge un buen puñado de recetas de casquería, algunas de las cuales he podido degustar en su restaurante.
Pero no he venido para hablar de su libro...Todo esto viene a cuento por un fantástico artículo de Guillermina Ortega que he leído hoy en la revista Madriz.com y que, por su tono cercano y su contenido, me permito reproducir en su totalidad...
Casquería en Madrid
"Parece que Fernando el Católico lo tenía claro y se ponía hasta arriba de criadillas
(testículos) para curarse en salud. Ahora, cualquiera que se jacte de
ser madrileño o que simplemente disfrute de lo gore, las tradiciones
rancias, el olor a grasa y/o los ambientes más cañís, podrá encontrar en
este artículo una pequeña guía orientativa de los productos denominados
“casquería” que más se consumen en la capital. No sé si servirá para aumentar la virilidad o para levantarse a una chati en la Feria de San Isidro
ni tampoco para prever si la casquería se convertirá en poco tiempo en
tendencia culinaria, pero ahí va esta reivindicación y defensa del
aprovechamiento animal hasta sus últimas consecuencias…
La casquería en sí misma no es más que el nombre por el que
popularmente se conoce a las vísceras y otras menudencias de procedencia
animal no consideradas “carne” (un filete de alguna parte noble del
bicho, vaya). En Madrid, si paseamos por la Plaza de Cascorro, la calle de Embajadores
o por los puestos de cualquier fiesta típica (la Paloma, San Isidro, la
Melonera…) nos habrán seducido sorprendentes y a veces inidentificables
formas cárnicas que adobadas o fritas adornan puestos ambulantes y
escaparates de bar.
La crème de la crème para los gatos más entendidos son las gallinejas, los entresijos y los zarajos, todo ello procedente del cordero lechal. Estas piezas se fríen en su propia grasa y se deben de comer calientes para degustar su intenso y peculiar sabor.
Las gallinejas y entresijos son trozos de intestino delgado las
primeras, y del grueso los segundos, además de uno de los platos más
castizos que hay. Los zarajos son tripas de cordero enrolladas en dos
palos de sarmiento (el tallo de la vid) y pueden servirse fritos o
asados. Son un plato originalmente conquense, pero creo que la
peculiaridad de su presentación los convierte en irresistibles pecados
para muchos madrileños.
De todas formas, muchos se hacen los exquisitos y
rechazan alegremente lo anterior tildándolo de “fritanga” para zamparse
sin remilgos un platazo de callos a la madrileña. Los
callos, aunque guisados, no dejan de ser pedazos de la panza del
rumiante (ternera o vaca en la versión madrileña del plato), mezclados
según la receta con algo de morro del mismo animal y sazonados con bien
de pimentón. Existe cierta corriente underground (¿cómo
denominarla si no?) defensora de la casquería, que incluso reivindica
los callos como alimento bajo en colesterol… o al menos con menor
cantidad de colesterol y calorías que otros alimentos considerados
sanos. No seré yo quien abra ese melón, pero lo mismo podríamos darle
una oportunidad a este guiso tan rico.
Y es que tampoco la profesión de casquero, como la del Verdugo de
Berlanga, ha gozado de buena fama. Tanto es así, que en el Madrid de
nuestros padres, todavía se empleaba de manera jocosa la expresión “tener ideas de casquero”
para tildar de estúpida o loca las afirmaciones de un tercero. La
historia habrá mancillado la imagen de los casqueros, señores que
machete en mano, diseccionan con la precisión de un cirujano
cardiovascular, los interiores de corderos, cerdos y vacas, pero gente
que por precisamente esa razón, ¿qué ganas puede tener de salir a
diseccionarte a ti?
Misterios de la vida a un lado, el caso es que hay otras tantas piezas que hacen las delicias de más de uno: las mollejas (glándulas de la garganta) al ajillo o a la plancha, los sesos y el hígado (muy populares dentro de la rumorología de que de lo que se come, se cría), la carrillada (mofletes), los riñones, la lengua, la oreja… o el mismísimo corazón. Para el que todavía piense que la escena más inquietante de La semilla del diablo
es en la que Mia Farrow se come un hígado crudo, ya ha llegado el
momento de pasar página, dejarse de psicoanálisis y lanzarse a la calle a
probar estos peculiares manjares que os prometo no os dejaran
indiferentes"
Importante la puntualización que aporta el compadre Martín acerca de las mollejas "Matizo que la molleja sea una glándula de la garganta. Está próxima a ella y
forma parte del sistema linfático que nutre al corazón y su nombre científico es
Timo. Cuenta mi apasionado casquero, que la grandeza de este producto radica en
que sólo se produce en especímenes hembra jóvenes no enfermos ya que funciona
como una reserva de defensas y nutrientes para momentos de necesidad. Si la
hembra enferma, consume las mollejas y si envejece también tira de ellas. Me
encanta esta parte porque cuando las comes tienes una especie de sensación de
que te estás sobrenutriendo que flipas!!! Considero que
siendo buenas todas, las de cordero y vacuno son superiores a las de ave, y en
concreto las de vacuno son nítidamente superiores a las de cordero"
Ayyyy, no puedo, no puedo con todo eso. sorry mandanguero. Solo el olor ya....
ResponderEliminarUcramaña